Donde termina el Rio.
La Epopeya del G5 hacia el Oceano Atlantico
🚣♂️ La expedición a Punta del Este comenzó como comienzan la mayoría de las grandes aventuras o hitos importantes en la vida de un hombre: luego de un desamor.
💭Aquella ruptura me había dejado la necesidad de encarar una travesía que me desafiara, que me enfrentara con la muerte pero a la vez que me devuelva la confianza perdida. Y se me puso en la cabeza que tenía que ser Punta del Este (ROU) porque recién allí se cumplían holgadamente con aquellos requisitos.
✍ ️ Yo que ya había hecho muchas travesías y estaba muy metido en el mundo de las aventuras a remo, sabía que era un destino al que todavía nadie se le había animado en este tipo de embarcación abierta, sin cubierta y completamente vulnerable a las olas.
Además no dejaba de seducirme la idea de llegar remando hasta aguas del mismísimo Océano Atlántico, puesto que Punta del Este junto con Punta Rasa marcan la línea imaginaria que pone límite político al ya magnánimo Río de la Plata y el inmenso Mar.
🛠️ Los preparativos duraron varios meses. Por un lado estaba la parte administrativa.
Era imprescindible una autorización de parte de la Prefectura Uruguaya, sin la cual no me sería permitido navegar con un bote a remo por aguas abiertas del Río de la Plata. Luego de varios correos y la sabida burocracia de este tipo de instituciones, conseguí que se libre una resolución del máximo prefecto uruguayo en la que se me permitía la navegación, no sin una serie de requisitos bastante molestos, como tener que reportar cada salida y cada llegada, dando información de lugar y hora estimada de llegada cada día.
🗺️ El segundo punto a tener en cuenta era la ruta y los posibles lugares donde parar a dormir 😴 teniendo en cuenta que era excluyente para mi el “camping Libre”. Es decir, descansar en zonas agrestes sin servicios ni presencia de humanos.
🗺️En este punto es importante mencionar que la ruta desde Tigre hacia Punta del Este no fue en línea recta como lo haría un velero cerrado o un yate de gran porte y autonomía, dado que con un bote a remo sería entre uno y dos días de navegación ininterrumpida a río abierto y expuesto a los caprichos del clima.
De modo que lo más prudente era cruzar el Río de la Plata aguas arriba, pasando por la isla Martín García, donde la distancia más larga entre costas es de 5 kilómetros. Luego, desde la legendaria isla crucé hasta la localidad de Conchillas y desde entonces todo fue remar kilómetro más, kilómetro menos, pegado a la costa.
🚣♂️ Y por último y no menos importante, fue la preparación del bote.
Dos enormes balleneras intentaron convertir al ya mítico G5 en un pequeño acorazado, pero desde el asiento del timonel hasta la posición de toma en la remada no era viable cerrar la borda y a cada banda quedaban en el medio del bote dos largos tramos por donde aún era posible que entra el agua de las olas.
En este punto quiero agradecer al TBC y en particular al entonces Capitán Juan Salvador por haber confiado en mí y haberme autorizado la salida con un bote de su flota.
Tampoco puedo dejar de mencionar la colaboración de Gustavo Perini que dedicó largo tiempo en la puesta a punto del bote así como también en ciertas adaptaciones para la navegación en aguas abiertas que incluía una toldilla para proteger del sol tanto al remero como al timonel.
Y ya que hablamos del timonel, es de interés mencionar que faltando sólo un par de semanas antes de la fecha límite de la partida, aún no había logrado convencer a nadie para que me acompañe en tan delirante aventura.
La primera inscripta que cayó fue Paula, una amiga de tango, claramente más perdida en la vida que yo, que se anotó para el primer tramo, Tigre – Colonia. Teniendo en consideración que se cuentan con los dedos de las manos las personas que llegaron en bote de remo a la histórica ciudad uruguaya, a todas luces fue una verdadera proeza para una dulce y tierna bailarina, pero sobre todo si le sumamos que no era socia, incluso nunca había remado y por supuesto tampoco sabía nadar, data que se terminó filtrando luego del viaje pero que yo me encargué de ocultar ante las autoridades del club por lo menos hasta después de la partida.
Pero los que sí manejaban esta información de alta sensibilidad eran mis amigos del entorno más cercano del Club, quienes veían con incredulidad, incluso algunos hasta con recelo, mi lento pero constante avance por las aguas todavía calmas del Río de la Plata interior.
Finalmente y ante el asombro de toda la comunidad náutica, no sólo logramos llegar a Colonia sanos y salvos sino que lo hicimos en apenas 5 días, realmente pocos para las previsiones incluso más optimistas, aunque suficientes para volver a caer en un nuevo amor no correspondido 🥹
👬 Mi segundo acompañante, que se sumó al siguiente tramo, Colonia – Montevideo, fue el no menos delirante Roberto Goldschmidt, un prestigioso socio muy destacado por sus viajes a remo. De hecho no tengo dudas en asegurar que fue mi gran maestro y un ejemplo a seguir; y no sólo para mí, sino para toda una nueva generación de verdaderos travesistas que tuvo su esplendor entre 2010 y 2016. Rober fue la piedra inaugural de una gesta que llevó al club a lo más alto en cuanto viajes de travesía se refiere, y que por poco no lo lleva también a la tapa de los diarios 🫣
Es importante mencionar que no fue azarosa la elección de Rober del tramo a partir de Colonia ya que un año antes junto conmigo y otros dos enormes travesistas de mi generación nuestro líder ya había puesto su banderín del TBC en el Club Colonia Rowing, y ahora quería continuar expandiendo sus límites.
Ya con un experimentado e incansable remero como Rober (es verdaderamente incansable) y todavía en aguas no tan abiertas del Río de la Plata, el tramo con él fue el más tranquilo, en el sentido de los sobresaltos, a excepción del último día. La apretada agenda de mi por ese entonces compañero de viaje ponía fecha y hora a su llegada a Montevideo, y un tenso límite de tiempo al ya de por sí arriesgado tramo.
Se sabe que en navegación el apuro es enemigo de la seguridad, y en la ansiedad por llegar en la fecha señalada, el último día salimos sin mirar el pronóstico. Es que la mañana se había presentado serena y nada hacía sospechar la posibilidad de un incidente. Ese día teníamos que atravesar la tristemente célebre Bahía de Santa Lucía, conocida por sus peligrosos bajos que no sólo provocan riesgosas varaduras para barcos de gran porte sino un elevado incremento en la altura de las olas, dato que por supuesto, no tuvimos en cuenta.
Para atravesar esa enorme bahía que formaba un triángulo de 8 km en cada lado, se usó esta vez de nuevo la regla general: cortar camino en línea recta entre las dos puntas de la bahía, haciendo el camino más corto, pero también el que más nos separaba de tierra firme. Y como no podía ser de otra manera, promediando el tramo el viento comenzó a aumentar peligrosamente. Para colmo de males, en la peor dirección posible que era justo desde el río hacia el continente, soplando exactamente hacia el interior de la bahía. Los vientos desde mar hacia tierra son los que generan las olas más grandes, que no tardaron en llegar. Encima nuestro rumbo era perpendicular al del avance de las olas por lo que éstas impactaban exactamente en lateral del bote, el que, recordemos, no había sido alcanzado por la protección de las balleneras.
El agua empezó a entrar irremediablemente y para ese momento del viaje nuestras tres bombas de achique ya habían dejado de funcionar. Fue unánime la decisión de virar y colocar el bote en el sentido y dirección del avance de las olas, con un doble beneficio: acercarnos a la costa a la vez que ofrecer la ballenera de popa al encuentro con las olas y así evitar que siga entrando agua. Pero la ballenera estaba dañada y filtraba agua, con lo cual el bote se fue llenando de agua en la popa, mientras el tamaño de las olas aumentaba hasta que llegó una que literalmente pasó por encima de la ballenera y llenó el bote de agua. Una más como esa y nos hundimos. Yo que estaba remando comencé a hacerlo a ¨ritmo de regata¨, para reducir el número de olas que nos alcanzaran, mientras Rober sacaba agua con un balde de 20 litros que llevábamos para casos de emergencia. Barrenando olas e intentando que no entre más agua de la que Rober sacaba logramos llegar a una costa rocosa solamente interrumpida por un puñado de pequeñas y fragmentadas playitas de arena 🥲
👋 La partida y regreso a Buenos Aires de Rober una vez llegados a Montevideo fue tomado con desolación por el resto de la tripulación, o sea por mí. A partir de allí la costa uruguaya dobla marcadamente hacia afuera, es decir se abre, y el continente se muestra más de frente y expuesto al mar, haciendo que los vientos sean más fuertes y las olas más grandes. Desde entonces, la palabra río queda sólo para la teoría o la discusión jurisdiccional, pero el comportamiento de las aguas es como la de un mar cualquiera. Fue realmente osado seguir en solitario, y ahora debo reconocer que no sabía a lo que me enfrentaba y que fui aprendiendo día a día, experiencia tras experiencia, a medida que la dificultad crecía.
🔍 Uno de mis hallazgos más trascendentales fue que desde Montevideo ya no existían playas o costas vírgenes donde parar a dormir. En pleno Enero todo era urbe y balnearios turísticos 🏖️ 👙lleno de gente y donde estaba terminante prohibido acampar Hasta el final del viaje, tuve que parar en casas de pescadores, clubes náuticos y hasta en un destacamento de prefectura.
Incluso paré en un muy “pituco” restaurante ubicado en la playa en donde llegué a trabajar durante 5 días 🫰💰
⛔A medida que avanzaba, la costa redondeada de Uruguay cada vez se enfrentaba más al Atlántico y la rompiente pronto comenzó a ser un enorme problema logístico. Llegó un momento en el que era muy arriesgado entrar a tierra, barrenando las olas a gran velocidad, y literalmente imposible cruzar la rompiente para salir. En ese punto ya sólo se pudo entrar y salir en las mansas de las puntas, es decir en la costas internas de las puntas en las que el continente que sobresale genera un resguardo contra el viento que predomina desde el mar y por ende las olas son de más bajo calibre. El problema es que entre punta y punta había un promedio de 20 km en línea recta, y durante esos tramos sólo se podía remar, y no dejar de remar. Al estar sólo no había relevos y no se podía parar a descansar porque al frenarse el bote, las olas lo giraban y lo ponían paralelo a ellas, haciendo que impacten en el costado y que entre agua. Para colmo el viento se empecinaba en estar en contra, con lo cual llegaba siempre en el límite de mi resistencia a la mansa de la punta siguiente, y sin resto para continuar por lo que quedaba del día. Con todo esto, el avance fue cada vez más lento, ya que remaba sólo dos o tres horas por día, y sólo estaban dadas las condiciones del agua para salir la mitad de los días.
Si bien mi estado de ánimo era bueno, mi estado físico ya mostraba signos de deterioro, con calambres latentes y una evidente reducción de mi peso corporal. Fue entonces cuando recibí la noticia desde Buenos Aires que uno de mis amigos del club podía tomarse dos días en el trabajo y así acumular cuatro días para viajar e interceptarme en la playa donde llegara. Esto redobló mis esperanzas, entre otras cosas porque no era cualquier socio. Era Eduardo Acosta, uno de los remeros con mejor remada y con mayor resistencia física del plantel.
📍 El encuentro se produjo finalmente en Costa Azul, más o menos en la mitad del tramo Montevideo – Punta. Si bien quedaba mucha distancia por hacer, volvían los relevos, así como también el ímpetu aún intacto y todo el potencial de la remada de Edu. Esto hizo que podamos volver a las jornadas de 8 a 10 horas y en sólo dos días poder completar el tramo final, el histórico, el que nunca voy olvidar.
🏁 El segundo de los dos días que estuvo Edu, el de la llegada, quedará en la memoria no sólo mía por mi llegada a Punta sino en la de todos los socios del club por aquel entonces. Todo comenzó con clima muy favorable, completa ausencia de viento y por lo tanto aguas serenas, sin mar de fondo, con lo cual más allá de la rompiente la remada era tranquila y muy eficiente. Ese día había comenzado muy temprano.
Salimos cerca de las 7 de la mañana y la temperatura en aumento empezaba a ser sofocante, pero nada nos impedía deglutir kilómetros ⚡. Cuando nos quisimos dar cuenta ya habíamos pasado Piriápolis y recuerdo ver allá lejos, en dirección a la costa, un grupito de surfistas esperando su ola 🏄 Me estremecí al dimensionar lo frágil de nuestra situación, tan lejos de la costa, y si por la razón que fuera, como ser un nuevo y repentino viento desde el mar hacia tierra, nos viéramos obligados a tener que atravesar aquella explosiva rompiente.
Recién cuando advertimos que eran las 3 de la tarde, que la próxima punta era Punta Ballena y que luego quedaba una sola bahía más hasta Punta del Este, supimos que podríamos llegar a la gloria ese mismo día. Entonces decidimos no parar y poner toda la carne en el asador, incluso sabiendo que llegaríamos con los últimos vestigios de luz solar. Pero ya era un hecho, y fue debidamente notificado a nuestro grupo de amigos del Club.
No se hizo esperar el llamado emocionado de Richy Provan, otro de los legendarios remeros de travesía que el club tiene el honor de ostentar, quien ya estaba brindando junto a Juan Salvador con una botella de Whisky en el Club por la inminente epopeya.
Pero cuando el Club Náutico Punta del Este se hizo visible a nuestros ojos, el clima se enrareció. Ya el cielo dejó de ser diáfano para comenzar a verse unos cúmulos de nubes verticales en el horizonte. La temperatura cayó rápidamente y la escala de Beaufort comenzó a mostrar rápidos cambios de estado.
De la calurosa calma que había reinado todo el día, ahora informaba una brisa suave con cambios bruscos de dirección. Sólo unos minutos después pasó a brisa moderada y luego a brisa fresca. Ahora directamente viento. No llegué a asustarme sólo porque faltaban unos 300 o 400 metros para llegar al reparo del puerto, pero Beaufort parecía estar preso por una suerte de urgencia de arruinarlo todo, y no se detuvo: viento fuerte y luego temporal.
Ahora ya no remábamos, El viento nos empujaba de cola con la misma fuerza que lo haría una vela mayor extendida.
Edu se limitaba a clavar las palas para frenar el descontrolado avance del G5 y clavaba más de un lado que del otro para darle dirección y no impactar contra los veleros que ahora pasaban anclados a nuestros costados como en un videojuego.
⚠️ Fue un momento de zozobra pero en el fondo sabíamos que el viento nos empujaba hacia adentro del puerto, hasta que llegó un momento que el reparo de las escolleras le puso fin al desborde. 🎉 🎉🎉
Ya estábamos en Punta del Este. El G5 ya saboreaba las ansiadas aguas verdes y saladas de nuestro amado Atlántico.
Yo, mi bote y el club ya habíamos entrado por la Puerta Grande de los anales de la navegación a remo.
Muy ocultamente mi Viejo desde Buenos Aires, mi Abuela y Vito Dumas desde la tumba, mis amigos desde el Club y mi Alter Ego sentado al timón ya estaban profundamente orgullosos de mí por el resto de la existencia.
Desde entonces, nunca más volví a tener un amor no correspondido.
Venancio 7/1/2016